martes, 21 de enero de 2014

Goya, el iniciador del renacimiento (EPV 3).

Francisco de Goya Lucientes, fue un pintor y grabador español considerado uno de los grandes maestros de la pintura de nuestro país. Goya nació en la localidad aragonesa de Fuendetodos el 30 de marzo de 1746. En 1788 Goya fue nombrado pintor de cámara por Carlos III y en 1799 ascendió a primer pintor de cámara. Sus cuadros de historia se basan en su experiencia personal de la guerra y trascienden la representación patriótica y heroica para crear una salvaje denuncia de la crueldad humana. Con los cartones para tapices que realizó a finales de la década de 1780 revolucionó la industria del tapiz que, hasta ese momento, se había limitado a reproducir fielmente las escenas del pintor flamenco del siglo XVII David Teniers. En el invierno de 1792, en una visita al sur de España, Goya contrajo una grave enfermedad que le dejó totalmente sordo y marcó un punto de inflexión en su expresión artística. En 1799, publica su primera serie de grabados: "Los Caprichos", en que, con profunda ironía, satiriza los defectos sociales y las supersticiones de la época. Los horrores de la guerra dejaron una profunda huella en Goya, que contempló personalmente las batallas entre soldados franceses y ciudadanos españoles. Sencillez y honestidad directas también se aprecian en los retratos que pintó en la cúspide de su carrera, como La familia de Carlos IV, donde se muestra a la familia real sin la idealización habitual. Las célebres Pinturas Negras, fueron uno de sus últimos conjuntos pictóricos; reciben este nombre por su espantoso contenido y no tanto por su colorido. Son las obras más sobresalientes de sus últimos años.







Se trata de una escena popular. Pertenece al último periodo de Goya como pintor de cartones para tapices.
Cuatro jóvenes vestidas de majas mantean a un pelele, símbolo del sexo masculino, y riéndose. Representaría así a las mujeres como burladoras de los hombres. Es un cuadro de ejecución rápida. Los colores son luminosos. El estilo es en general, elegante y ligero, propio del siglo XVII.








Es un cuadro en el que un gigante de tamaño colosal se yergue tras unos montes, que ocultan sus piernas hasta los muslos, ocupando el centro de la imagen, rodeado de nubes y con los puños en alto. El tercio inferior del lienzo lo ocupa un sombrío valle donde una multitud de gente y ganado se dispersa caóticamente en todas direcciones.